El día se quedaba
sin tener que ser,
Entonces había
tiempo,
Para que las
explicaciones sean más precisas,
Con el viento de
los ojos mirando detrás del miedo,
Un detalle pasar,
Argumentando el
paso del tiempo con la piel más arrugada,
Asegurando que el
corazón es el ejemplo de la sangre,
Y que a veces,
Él,
También se queda
sin ser.
La explicación
tenía un segundo menos de la palabra correcta,
Así que la
insistencia no era confiable,
De manera que la
realidad comenzaba,
A dejar de existir
un poco,
Sobre el movimiento
débil del segundo siguiente;
Era cuestión de acordarse,
Que hacía ya,
Diez años que se podía
extrañar.
Entonces pedirle
una vez más,
Alguna de todas aquellas
lágrimas, a alguien,
No era demasiado
resolutivo.
Mismo sabiendo uno, la parte
esa que nunca existe.
Es así,
Que las miradas
comenzaron con esto de las certezas;
Dejar pasar al
pensamiento, en ese tiempo, estaba de moda.
Y no hacía mucho que
el día había vuelto a tener que ser,
Entonces con cada
segundo que pasaba uno se daba cuenta de todo,
De modo que la piel
ya no era necesaria,
Y mucha menos toda
su cantidad de arrugas.
Porque detrás del conocimiento,
Estaba la otra manera de
explicar,
Que había veces,
Que pensando,
Uno esperaba más
lento.
Entonces,
Los detalles se volvían cansados,
Y los gestos algo
decisivos.
Comprendiendo así,
Que siempre,
Lo último,
Era el tiempo.